Aquí desde el avión, luego de regresar de la
Universidad de Notre Dame, he decidido aprovechar el tiempo y compartir un poco
de lo aprendido. No, no les hablaré de lo que me han enseñado los profesores en
las aulas, eso ya está en los libros; les explicaré lo aprendido por otro tipo
de maestros: mis amigos.
Camino a clase, el colombiano dijo: Ellas y la miel
funcionan diferente.
La primera cita, -digamos un lunes- resulta
increíble. Se la pasan divino, la miel se derrama sobre las hojuelas. El martes quedas con ella (en el Starbucks), no paran de reír, se platican, se miran, ¡mariposas!, se
acomoda el pelo, ríen otra vez; te gusta aún más. Todo es tan… ridículo…pero
aún así: perfecto.
Llamas el miércoles: no contesta. Piensas que su
teléfono se ha perdido, entonces le escribes un inbox: tampoco contesta. Debe ser… que le han robado toda la
mochila; entonces llamas a su casa. Tampoco contesta… “está en exámenes”, piensas… al otro día insistes, vuelves a
llamarla, escribirle, mensajearla,
escribirle a su amiga… pero todo, absolutamente todo es en vano. Continuas,
no te rindes, pasan jueves, viernes, febrero, marzo, abril y toda la vida… y
entonces te das cuenta que ese martes 13 se rompió el plato con la miel y las
hojuelas. De eso: Nada queda.
¿Pero qué fue lo que pasó? No se sabe, las mujeres y
la miel funcionan de manera diferente al resto de la naturaleza. Pero él, mi
maestro, ha explicado una solución que no está en los libros.
Sales con ella el lunes y luego de esa cita perfecta,
de ese intercambio ridículo de sonrisas y de esa sensación de mariposas...
luego de eso, después de eso…. LA IGNORAS. Te dedicas a la tarea, la cerveza,
el futbol, los tacos y todo, absolutamente todo lo que quieras excepto la
niña. Si la llamas, muerdes la manzana y te quedas sin paraíso.
