Había
una época, en la que todo giraba en torno a Valentina, bueno que ni se llamaba
así, pero con eso de que había nacido el 14 de febrero, me decía que prefería que así le dijeran. En
lo personal me gusta más su verdadero nombre, María José, pero yo la respetaba
y le decía como ella quería, luego, ya por el cariño terminó siendo Tachuela y
ya al final, era la “Pequeña Pulga de Nati” en alusión a su diminuto tamaño,
bueno que en realidad no era tan diminuto pero en alguna ocasión escuché que
ella le dijo a mi hermano “tachuela”.
Eso me
legitimó en apodarle así, en primer lugar por el cariño que le tenía, y en
segundo, fue una muy legítima defensa a favor de la estatura de mi hermano… y
bueno ella también se legitimó en apodarle a él tachuela porque era su novia.
Sí, su novia, a ese grado llegó, y por eso no me equivoco al decir que todo
giraba en torno a ella.
La
conocí caminando por ahí con otra amiga mía, las invité a las dos, bueno a las
tres porque también estaba su hermana. Fuimos a “La Tasca”, un karaoke en el me
dejaron firmar en la pared. Aproveché y puse un mensaje: “Si de una me enamoro, me la traigo a La Tasca”; firmé con letra
poco legible, pero quienes me conocían sabían que era mi firma, no tanto por la
firma, sino por la frase que la precedía. Ahí, Valentina, su prima Karla y yo teníamos
nuestra canción: Muriendo Lento, ellas cantaban la parte de Belinda y yo era
Moderatto.
Cuando
se ponía bueno el tiempo, nos íbamos a la playa y cuando se ponía aún mejor
algo nos tomábamos, normalmente con prudencia, pero alguna vez seguro estoy que
la levanté del piso.
Mi
hermano y Valentina cortaron, a su nuevo novio le decíamos Poncho 2, lo vimos
pocas veces porque creo que duró no más de tres semanas y así la niña por la
vida andaba.
Junto a
su cama había un buró donde guardaba su diario, si efectivamente ella escribía
un diario. Todos los secretos de ella ahí estaban, que sin leerlo creo que
resumía todos los secretos de cualquier niña de 17 años. Un 14 de febrero
estaba en su casa, y me despedí para ir con mi novia Fernanda, ella estaba
indignada de que faltaría a su cumpleaños y para impedirlo me escondió las
llaves de mi camioneta. Tuve que extorsionarla quitándole su diario a cambio de
mis llaves. Cuando lo abrí para leerlo ella se abalanzó contra mi para
quitármelo sin darme mis llaves y yo corrí. Terminamos en la caseta de
vigilancia de su fraccionamiento donde ella me dio mis llaves mientras lloraba.
Esa fue otra de las veces que la vi llorar, pero las más emblemática fue el día
en que se quedó dormida en el camastro con su prima Karla. Les jugamos una
broma muy pesada y las amarramos de las agujetas y de las cintas del bikini al
camastro. No se podía desatar y se estresaba, yo moría de risa mientras por ahí
nadaba. Ya después, fui a ayudarla y nos tomamos una piña colada.
Íbamos
al box también. Apoyábamos a mi amigo Yuyo, que precisamente lo conocí un día
que Valentina se quejaba porque quería
ir por un café y no a comer un pollo. En su berrinche se levantó de la mesa y
se fue a sentar al suelo junto a una columna del restaurante. Ante el abandono,
el resto fuimos por ella y la amarramos a la silla de la mesa para que nos
acompañe a comer y puse sí, terminó comiéndose un pollo y ganando la amistad
del mesero-boxeador.
Pasó el
tiempo y hoy de Valentina: ya no sé casi nada.