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domingo, 9 de junio de 2019

Valentina


Había una época, en la que todo giraba en torno a Valentina, bueno que ni se llamaba así, pero con eso de que había nacido el 14 de febrero,  me decía que prefería que así le dijeran. En lo personal me gusta más su verdadero nombre, María José, pero yo la respetaba y le decía como ella quería, luego, ya por el cariño terminó siendo Tachuela y ya al final, era la “Pequeña Pulga de Nati” en alusión a su diminuto tamaño, bueno que en realidad no era tan diminuto pero en alguna ocasión escuché que ella le dijo a mi hermano “tachuela”.

Eso me legitimó en apodarle así, en primer lugar por el cariño que le tenía, y en segundo, fue una muy legítima defensa a favor de la estatura de mi hermano… y bueno ella también se legitimó en apodarle a él tachuela porque era su novia. Sí, su novia, a ese grado llegó, y por eso no me equivoco al decir que todo giraba en torno a ella.

La conocí caminando por ahí con otra amiga mía, las invité a las dos, bueno a las tres porque también estaba su hermana. Fuimos a “La Tasca”, un karaoke en el me dejaron firmar en la pared. Aproveché y puse un mensaje: “Si de una me enamoro, me la traigo a La Tasca”; firmé con letra poco legible, pero quienes me conocían sabían que era mi firma, no tanto por la firma, sino por la frase que la precedía.  Ahí, Valentina, su prima Karla y yo teníamos nuestra canción: Muriendo Lento, ellas cantaban la parte de Belinda y yo era Moderatto.

Cuando se ponía bueno el tiempo, nos íbamos a la playa y cuando se ponía aún mejor algo nos tomábamos, normalmente con prudencia, pero alguna vez seguro estoy que la levanté del piso.

Mi hermano y Valentina cortaron, a su nuevo novio le decíamos Poncho 2, lo vimos pocas veces porque creo que duró no más de tres semanas y así la niña por la vida andaba.

Junto a su cama había un buró donde guardaba su diario, si efectivamente ella escribía un diario. Todos los secretos de ella ahí estaban, que sin leerlo creo que resumía todos los secretos de cualquier niña de 17 años. Un 14 de febrero estaba en su casa, y me despedí para ir con mi novia Fernanda, ella estaba indignada de que faltaría a su cumpleaños y para impedirlo me escondió las llaves de mi camioneta. Tuve que extorsionarla quitándole su diario a cambio de mis llaves. Cuando lo abrí para leerlo ella se abalanzó contra mi para quitármelo sin darme mis llaves y yo corrí. Terminamos en la caseta de vigilancia de su fraccionamiento donde ella me dio mis llaves mientras lloraba. Esa fue otra de las veces que la vi llorar, pero las más emblemática fue el día en que se quedó dormida en el camastro con su prima Karla. Les jugamos una broma muy pesada y las amarramos de las agujetas y de las cintas del bikini al camastro. No se podía desatar y se estresaba, yo moría de risa mientras por ahí nadaba. Ya después, fui a ayudarla y nos tomamos una piña colada.

Íbamos al box también. Apoyábamos a mi amigo Yuyo, que precisamente lo conocí un día que Valentina  se quejaba porque quería ir por un café y no a comer un pollo. En su berrinche se levantó de la mesa y se fue a sentar al suelo junto a una columna del restaurante. Ante el abandono, el resto fuimos por ella y la amarramos a la silla de la mesa para que nos acompañe a comer y puse sí, terminó comiéndose un pollo y ganando la amistad del mesero-boxeador.

Pasó el tiempo y hoy de Valentina: ya no sé casi nada.



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