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lunes, 19 de enero de 2015

Las mujeres no saben de coches

Ya noche, luego de clases, pasaba por ella. Solo me estiraba un poco para abrirle la puerta desde mi asiento (ya no me bajaba como antes, por dos cosas: en primera, causaba tráfico y en segunda, porque no era antes).

Luego, ella se subía y cansados íbamos hasta su casa. Normalmente pocas o nada de palabras. A veces, incluso, se dormía.  Se bajaba… y así monotonía todos los días.

Pasé por ella, me estiré y le abrí la puerta… a las cinco calles empezó a sonar mi iphone, me marcaban desde su número. ¡Carajo, olvidó su celular! Contesté y… era ella. Me puse pálido y miré al lado… había otra mujer dormida. Idéntica silueta, noche obscura.

Al teléfono reclamaba.

  Siempre te demoras demasiado.

Sin explicaciones y por instinto, colgué, desperté a la pasajera. Gritó, grité, reclamó, reclamé,  explicó, expliqué, se confundió.

      —¡Las mujeres no saben de coches! —le dije —
      —¡Los hombres, de amor! —contestó —

Reímos ambos. Bajó. Tímida se fue.


Regresé por la de siempre. Esta vez el camino no fue tan callado.