—Pero tú das más— le dije.
—Ya lo sé— contestó.
Luego, sin pena, mi colaboradora, confesó trabajar bajo la Ley del Mínimo Esfuerzo. Quedé confundido.
Llevaba toda la semana saliendo de la
oficina a las dos de la mañana, me encerraba en el edificio y tecleaba, leía,
borraba, cancelaba a mis amigos, faltaba al partido, volvía escribir. Con
ojeras llegaba a la casa y antes de dormir, pensaba tres minutos en alguna mujer y luego unos noventa en cuál sería la próxima línea
del proyecto laboral que redactaba. ¿Y si lo vuelvo a empezar todo?
Cuando estaba a punto de dormir, jalaba mi iPhone para googlear algún concepto difuso y rectificar que la palabra escrita haya sido la correcta y que la coma, quede bien …aunque tal vez el punto y coma le daría una mayor pausa y por ende una mayor comprensión… pero si la pausa se alarga, puedo entonces perder el hilo que teje mis ideas, mis palabras, cada uno de los golpes sobre las teclas de mi lap top. Golpe a golpe y con ojeras, sacrificando el sueño por el Sueño, terminaba por caer rendido sobre mi cama.
Cuando estaba a punto de dormir, jalaba mi iPhone para googlear algún concepto difuso y rectificar que la palabra escrita haya sido la correcta y que la coma, quede bien …aunque tal vez el punto y coma le daría una mayor pausa y por ende una mayor comprensión… pero si la pausa se alarga, puedo entonces perder el hilo que teje mis ideas, mis palabras, cada uno de los golpes sobre las teclas de mi lap top. Golpe a golpe y con ojeras, sacrificando el sueño por el Sueño, terminaba por caer rendido sobre mi cama.
Creo que jamás les había contado, pero
uno de mis hobbies es el box. Mi amigo boxeaba contra el número uno de Colombia y
tenía que ir a verlo a tres horas de distancia (que se vuelven cinco
minutos si se trata de una verdadera amistad).
Antes de la pelea hablé con él. Le dije
que no desaproveche su jab, que en un
descuido conecte con el upper, golpe a golpe, le dije. Le hablé del
profesionalismo, de la lucha, del esfuerzo, de su familia, le hablé incluso de
Dios. Salió animado, pedí al del audio que en su camino al ring ponga la de México Lindo. Animados, él y el público, comenzó
la pelea.
Empezó
el primer round, golpe a golpe: no conectaba ninguno, los pasos laterales
del campeón lo evadían. Torero y toro. Se esforzaba, se veía lento. El extranjero —sin tirar—sólo se movía para contemplar ese “golpe a golpe”. Era una especie de espectador escurridizo arriba del ring.
Terminó el primer round, en la esquina le vaciaban a mi amigo agua para quitarle el sudor, un sudor por cierto, en una noche fría.
Frío (también de personalidad) el
colombiano, empezó el segundo. Lo miró, en un descuido, conectó tres ganchos al
hígado. Solo tres: contundentes.
Detuvieron la pelea. Total knock out, sin el “golpe
a golpe”; sólo fueron tres.
Mientras desilusionado veía la pelea, me
marcaron. Contesté, eran de la oficina central de Monterrey, me pedían que
borre TODO porque «sería “reiterativo, riesgoso, posiblemente contradictorio”
enviar el proyecto también desde Puebla». Así, tres golpes; sólo tres: contundentes; sólo fueron tres.
Ahora, aprovecho este mismo Word (del
que borré el proyecto) para escribir este texto, y así —al menos— reciclar este
documento.
Reflexionaré seriamente aquello del “mínimo esfuerzo”.