A mis 12 años de edad estuve a punto de ser
atropellado por una bicicleta. Un viejo que pasaba me salvó con un grito:
«¡Cuidado!»
El ciclista cayó a
tierra. El viejo, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la
palabra?» Ese día lo supe.
Bueno, y si la
palabra tiene poder, no les quiero ni contar del Beso, pero me refiero al Beso
con mayúscula, ese que se da como si fuera la primera vez, pero también como si
fuera la última.
¿Precio? Varían,
unos son gratis; otros cuestan la vida; otros, la muerte. Manuel Acuña - 24 años- a falta de un beso
de Rosario tomó cianuro, cuentan algunos rumores que una vez muerto logró
dárselo.
Pero los besos no
solo matan cuando no se dan, también cuando se dan. No me refiero a Judas y sus
30 monedas, sino a uno de esos besos que matan en el sentido de que deshacen al
ser que lo recibe, y es que lo deshace porque pierde su esencia: su razón, su
voluntad y su conciencia. Esta esencia huye y entonces, en una alucinación:
impensable, inconciente e irracional se toca el paraíso sin estar en él.
Viajamos vivos a tierra de muertos.
Alguna vez,
reflexionaba cómo sucedió la creación del universo. Se me hacía impresionante que
de la nada surja el todo. ¿Y qué es un beso? Nada, o bueno, casi nada, un
simple contacto de labios… pero de esa nada, surge todo.
me alegra que, aún de vez en cuando, este blog siga vivo.
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