Le
incomodaba, por eso se quitó el lunar. En medio de su frente una mancha obscura
interrumpía su imagen. Uno no lo escuchaba, solo veía su lunar.
Corría el
año de 1999 cuando se postuló para ser el alcalde de la Ciudad, en ese entonces
todo semáforo, poste o árbol quedaba tapizado con la imagen del candidato. Al
principio aquel punto de su cara le quitó varios puntos en las encuestas, fue
entonces cuando el genio del marketing electoral (Raúl Victoria Iragorri)
recomendó “eliminar aquella mancha de las fotos”. Así ganó las elecciones. “Mario Marín alcalde de la Ciudad” se
leía en la primera plana del periódico, una primera plana –por cierto- de puro
texto, sin foto, sin imagen. Nunca había visto algo así.
Imposible
llevar la frente en alto con semejante mancha, pero él aspiraba a todo: gloria,
fama, clamor popular. De nueva cuenta lo logró, esta vez el genio fue el
cirujano que extirpó aquel lunar, entonces Mario ascendió gobernador. Esta vez
El Excélsior, El Sol y El Reforma
si publicaron imagen.
Ya en la
fama, decidió que -como los famosos- debía ser retratado en un mural. Eligió la
pared principal del Salón de Protocolos del Palacio de la Ciudad, y ahí -entre
ángeles y fundadores- decidió pintar su imagen (sin lunar por supuesto).

Pues resulta que Mario terminó siendo persona non grata por diversas cuestiones que (por pulcritud literaria) no comentaré. El caso es que hoy al amanecer vi el Twitter, decía: “El gobierno de Puebla 'borra' al exgobernador Mario Marín de un mural”, y es que es lógico, esa mancha obscura impedía a Puebla, fama, gloria y clamor popular.