Salí dos, tres de la mañana de un barcito. Tomé
taxi para ir a casa.
—A
la del Valle.
Sin GPS, en el DF y con cubas mi sentido de
ubicación es nulo, jamás me encuentro.
Les juro es como encontrar a Wally, sin rayas, a
hora pico en la estación Pino Suárez.
Total, el taxista condujo por donde le dio la
gana, mientras me platicaba.
—Hay días buenos, otros malos, no se preocupe si
usted hoy no ligó nada.
Yo simplemente venía de una reunión con los de
la oficina, pero para no entrar en detalles, solo asentí con la cabeza. Lo
único que quería era llegar y dormir.
Espontáneamente, me vi en una calle plagada de
cuerpos. Exóticos escotes, piernas largas, una tras otra, así: cientos, miles,
bueno no sé cuantas; tal vez veinte. Muchas pues.
—Creo que estamos un poco perdidos — le dije.
—No sé preocupe joven, yo le consigo una barata.
Avanzó unas diez, cruzo el brazo para abrir mi
vidrio.
—CUATROCIENTOS en el Hotel— dijo la voz más
varonil y ronca del mundo.
—¡Acelérale cabrón!— grité al taxista desesperado.
Algo serio aceleró y dos calles más adelante me
ofreció algo de droga, un par de calles más adelante abrí la puerta para salir
corriendo a otro taxi. El segundo sí me llevó directo a casa.