Que espontáneamente el sol destella ante tus ojos y todo se vuelve
invisible. ¿Te ha pasado? ¿José, te ha pasado?
Ninguna de las 22 brillaban. Ni siquiera en la
fase de traje de baño, ya ni se diga de vestido de noche. Aún así, el público
animoso aplaudía sin darse cuenta de la total desorganización del evento,
porque más allá del maquillaje de las 22, la conductora maquillaba con sonrisas
el desorden y todo parecía tan normal, tan estable …confieso que ni los nombres
de las participantes aparecían en la lista qué, de haber existido, hubiera
servido perfectamente para anunciar las salidas a la peligrosa pasarela.
— Con ustedes María Isabel.
Y Mariana (que no María Isabel) titubeo en sus
tacones ante 1600 ojos que la intimidaban reflejando una luz que ni siquiera
era de ellos. El vestido larguísimo, la
ceguera y los tacones hacían eternos los veintitantos metros de la pasarela.


Mejor despacio que no llegar, pensaba. Pero Mariana:
no lucía, no brillaba. Con los nervios, la sonrisa no es la misma, con la
tensión el alma se encoje y los ojos…
nunca brillan. Pero había luz, mucha luz.
Y así como al grito de ¡Tierra! cuando Rodrigo
de Triana descubrió el nuevo continente. Un espectador delató la fuente de luz:
— Es la conductora.
Y tras segundos de murmullos y liberación de
feromonas se dejó caer el clamor popular, fino, corriente y vulgar: “está más
buena la conductora”, “conductora represéntanos” y luego; como por acuerdo
coreaban: ¡corona a la conductora, corona a la conductora!
Entre una espada de alabanzas y una pared de
elogios, la conductora anunció el nombre de la «ante los jueces ganadora». Y
como ante el pitazo del árbitro en pleno Clásico sonó el abucheo. Y aclaro, el del
jurado y el de la pobre “ganadora”. Los aplausos los concentraba la
presentadora.
Las 22 caminantes solicitaron en la foto
oficial del certamen, la «no presencia de la conductora». Quien sonríe, no sale
en la foto.