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domingo, 19 de febrero de 2017

Sin cadenas al pasado, una conversación con el pelo de Ana

Lincoln anunció que los esclavos serían liberados, cien años más tarde Luther King Jr. decía que aún no lo estaban. 
Íbamos livianos de equipaje, olvidé llevarme Gatorades y cervezas a la playa.

A mi lado estaba Ana, una mujer libre en pleno S. XXI. Años atrás escapó. Tiró por la ventana: Manual de Carreño, título profesional, fotos, flores disecadas, un vestido prestado, un pagaré que jamás sería cobrado, un frasco con lágrimas y un fajo de papeles codiciados por cierto tipo de esclavos. Total, ella llegó a vivir a la playa.

Yo miraba su pelo, éste al son del viento me contaba que la libertad se da como sin querer, es práctica y siempre se delata. Ese pelo me explicaba, así con hechos, que la libertad no se define con palabras, con anuncios de Lincoln y mucho menos con discursos plasmados en fotos como las que Ana tiraba.

Tras mi capilar conversación, ella meditaba ahí, callada, tendida en la arena de la playa …una arena que cuando la pisaba, se convertía en huellas que ignoraba, lo que no ignoraba, era dar libremente el siguiente paso en la dirección que deseaba y encaminaba para amanecer ahí donde le llevase el viento de la libertad que con su pelo retozaba. Seguro que cuando ella besa lo hace sin prejuicios y sin reflexiones, besa —creo yo—más bien con la libertad del momento y de la playa.

Ese día conocí a una persona libre, de esas que hoy ya no hay, o al menos, son muy escasas. 

Al ingresar a una celda, no Lincoln sino otro ex presidente, recobró su libertad, alivianó su equipaje. En este video les explica…





Quien sonríe no sale en la foto. Crónica de un certamen de belleza


Que espontáneamente el sol destella ante tus ojos y todo se vuelve invisible. ¿Te ha pasado? ¿José, te ha pasado?

Ninguna de las 22 brillaban. Ni siquiera en la fase de traje de baño, ya ni se diga de vestido de noche. Aún así, el público animoso aplaudía sin darse cuenta de la total desorganización del evento, porque más allá del maquillaje de las 22, la conductora maquillaba con sonrisas el desorden y todo parecía tan normal, tan estable …confieso que ni los nombres de las participantes aparecían en la lista qué, de haber existido, hubiera servido perfectamente para anunciar las salidas a la peligrosa pasarela.

          — Con ustedes María Isabel.

Y Mariana (que no María Isabel) titubeo en sus tacones ante 1600 ojos que la intimidaban reflejando una luz que ni siquiera era de ellos.  El vestido larguísimo, la ceguera y los tacones hacían eternos los veintitantos metros de la pasarela.


Mejor despacio que no llegar, pensaba. Pero Mariana: no lucía, no brillaba. Con los nervios, la sonrisa no es la misma, con la tensión el alma se encoje  y los ojos… nunca brillan. Pero había luz, mucha luz.

Y así como al grito de ¡Tierra! cuando Rodrigo de Triana descubrió el nuevo continente. Un espectador delató la fuente de luz:

   Es la conductora.

Y tras segundos de murmullos y liberación de feromonas se dejó caer el clamor popular, fino, corriente y vulgar: “está más buena la conductora”, “conductora represéntanos” y luego; como por acuerdo coreaban: ¡corona a la conductora, corona a la conductora!

Entre una espada de alabanzas y una pared de elogios, la conductora anunció el nombre de la «ante los jueces ganadora». Y como ante el pitazo del árbitro en pleno Clásico sonó el abucheo. Y aclaro, el del jurado y el de la pobre “ganadora”. Los aplausos los concentraba la presentadora.

Las 22 caminantes solicitaron en la foto oficial del certamen, la «no presencia de la conductora». Quien sonríe, no sale en la foto.

Carpe diem y arraigo al pasado


Con eso de que he dejado la seguridad pública y me metí a la agronomía llevo toda la mañana estudiando química. Yo, tan abogado, encuentro muchísimas dificultades con esas cosas del fósforo y el sulfato de potasio; la verdad no entiendo nada.

Total ahí voy leyendo veinte veces cada párrafo para no volver a entenderle y regresar nuevamente al inicio... otra vez t-o-d-o desde el inicio... como cuando salía con Esther. Ella nunca me entendía nada, su lema era algo así como carpe diem (vive el presente) y bajo ese pretexto justificaba olvidar lo previamente explicado. Siempre teníamos que volver a la primera cita y así también, repitió cuatro años seguidos el primer año de la carrera. Su presente se hizo eterno y todas nuestras citas fueron la primera. Evidentemente la monotonía me cansaba, especialmente a mi que siempre me atrapa tanto mi pasado y a eso, hubo que sumarle el marketing de otras piernas que se me anunciaban frente a mis ojos. Insistiendo en mi arraigo al pasado, en mi presente, a veces, la extraño.