Tenía unos 17 años cuando mi bachillerato me envió a hacer
una colecta para ayudar a los pobres. Resulta que un amigo me propuso pedir limosna en los peseros. Los choferes
nos dejaban subir gratuitamente, luego dábamos un discurso de unos 25 segundos
y pasábamos a recoger las monedas que nos daban los pasajeros. Pero esa anciana
-que recuerdo como si la hubiera visto ayer- me rompió el corazón. Tenía unos
80 años, ropaje humilde y desgastado, cayos en las manos que me mostraban su
pasado campesino. Me sonrió -con una de esas sonrisas dulces e incondicionales- mientras sacaba su humilde monedero para regalarme
$10 pesos, que para ella, representaban seguramente dejar de comer algo, o tal
vez -ese día-… no comer. No pude más, en la siguiente parada me bajé y mis
lágrimas empezaron a caer. Eso es entrega, dar de sí al otro. Esa dación, ese dinero (escaso y necesario) es el
que mueve, el que motiva.
A la Madre Teresa de Calcuta se acercó un rico
norteamericano para realizar un fuerte donativo. Él extendió el cheque hacia la
monja.
- - ¿En verdad no necesita este dinero? ¿de verdad
le sobra?
- - Si, de verdad Madre.
Ella dejó al hombre con el brazo extendido y dijo:
-
- Si de verdad no lo necesita, si de verdad le
sobra, entonces: para mi causa, ese dinero, no funciona.
Ella alguna vez también dijo: «cuanto menos poseemos más
podemos dar». ¡Es verdad! para dar de lo nuestro, ¡de lo que es más nuestro!, hay que dar aquello que
necesitamos, mejor dicho, aquello
que más necesitamos. Solo eso, es una verdadera entrega.
Pero la entrega, no se hace solo con pesos; también con
tiempo, también con sacrificios. Y por eso, está bien ir a “La Villa” o hacer
el “Camino de Santiago”, pero esa anciana que lo caminó con su bastón, paso a
paso y con los pies descalzos, es quien merece todo mi reconocimiento, el cual –paradójicamente-
le es totalmente indiferente. Cada uno de sus pasos solo tiene un fin: entregarse,
en este caso, a Dios.
Alguna vez escribí sobre una niña que huía descalza de su
casa para acompañarme en contra de la voluntad de su estricto padre. Escena tal
vez para ustedes trivial, circunstancial, pero a mi me dejo marcado.
Guardando obviamente las proporciones, porque ni soy Dios;
ni ella, Teresa de Calcuta, queda marcada en mi su entrega, su riesgo, ese
salir conmigo a pesar de las consecuencias, a pesar de la falta de zapatos
–para en el escape no despertar a su padre-, porque: me dio de ese tiempo que
no tenía, que no le sobraba, que era tiempo “para estar en casa”. Esas cosas,
no se olvidan.
Si me das el tiempo que te sobra, mejor, no me des nada.