Se llama «arteria ulnar», esa que va desde el corazón hasta el dedo meñique.
Creo que es japonesa la leyenda; dice
que desde el nacimiento, estamos atados del meñique a la
persona que amaremos por siempre. El hilo rojo, siempre se puede estirar o contraer pero
nunca romperse.

El problema —creo yo— es que el hilo
es invisible y con tanto tráfico, barullo y ajetreo, uno al caminar por doquier
va enredando el hilo con esas niñas que se van cruzando en el camino.
Entre
tanto enredo, confusión y enjambre, uno se va equivocando de labio en labio. La
clave es descubrir cuándo uno se ha equivocado. Buscando soluciones, me acordé que hace años transcribí un texto
ajeno:
“Mira muchacho -me dijo-, la vida de un
hombre no es más que la búsqueda de una mujer. Fíjate que digo una
mujer y no cualquier mujer. Y por una mujer,
muchacho, me estoy refiriendo a “una de única”. El problema está en que el
hombre siempre queda con la duda de si la mujer que encontró (si es que
encuentra alguna), es esa una mujer que
estaba buscando. Yo ya estoy viejo y he descubierto una fórmula infalible para
saber si la mujer que uno encontró es la una mujer que
estaba uno buscando..."
El viejo carraspeó y me
confió: "Si tu le dices a una mujer que te duele una muela y ella, en
lugar de mandarte al dentista o darte un analgésico, te abraza y deja que
recuestes la mejilla en sus pechos, entonces, muchacho, esa mujer es la una
mujer que andabas buscando...”
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